PAZ Y BIEN

martes, 4 de junio de 2013

VIDA FRATERNA


SAN FRANCISCO DE ASÍS (1181- 1226)

“Dijo Jesús, vayan y proclamen: ¡El Reino de los Cielos está ahora cerca! Sanen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos y echen los demonios. Ustedes lo recibieron sin pagar, denlo sin cobrar. No lleven oro, plata o monedas en el cinturón. Nada de provisiones para el viaje, o vestidos de repuesto; no lleven bastón ni sandalias, porque el que trabaja se merece el alimento”. (Mt 10,7-10).
               
¿Qué reacción te despierta este mensaje de Jesús?

El hermano Francisco de Asís, al oír este pasaje, exclamó: “Esto es lo que yo quiero. Esto es lo que yo busco. Esto es lo que en lo más íntimo del  corazón anhelo: Vivir el Santo evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (1Cel 22).

El Santo, el Hermano Universal, nació en Asís (en el centro de Italia) en 1181, por lo que es llamado "Francisco de Asís". Francisco procedía de una familia rica . Su padre era comerciante de telas. Vivió como todos los jóvenes de su edad y de su época diversas experiencias: las fiestas, las escapadas e incluso las guerras, durante las cuales fue hecho prisionero y sufrió enfermedades. Durante su convalecencia, sintió una insatisfacción profunda ante la vida. Buscó, miró a su alrededor, pero su pregunta quedó sin respuesta... Francisco era hijo de familia rica. Su padre, Pedro  Bernardone, era comerciante, tenía una tienda de tejidos y frecuentaba las  ferias internacionales, para comprar y vender. En uno de sus viajes a  Francia conoció a Doña Pica, con quien se casó. Tuvieron dos hijos,
Francisco y Ángel. Francisco era muy popular entre los jóvenes de Asís, Muchacho rico, era  amigo de las fiestas, organizaba con frecuencia las diversiones con sus  compañeros. Soñaba en conquistar honores y mucha gloria. Su padre le  incentivaba a ser caballero. Francisco tenía 20 años cuando las ciudades de
Asís y de Perusa entraron en guerra. Francisco combatió por su ciudad, fue  herido y hecho prisionero; sólo después de un año regresó a casa, y  enfermo. Su madre lo cuidaba, tuvo tiempo de pensar en su vida, ya que la  gloria que buscaba no le llenaba el corazón.

Francisco se dio cuenta de que otro Señor, infinitamente mayor y más  valioso, le disputaba el corazón. Y sólo a El valía la pena consagrar su vida.  Había sentido un despertar, un deseo intenso de seguir a Jesucristo.  Todavía no veía claro el camino.


En una ocasión, el joven Francisco estaba en oración en la iglesia de San  Damián. Oraba delante del Crucifijo, cuando oyó que el crucificado le  hablaba claramente al corazón: “Francisco, ve y restaura mi Iglesia”. No  fue necesario repetirlo dos veces… Se puso una túnica pobre y empezó a reconstruir las paredes de la iglesia.  En otra ocasión, Francisco quedó impresionado al oír, en la pequeña capilla  de la Porciúncula, la lectura del Evangelio del envío de los apóstoles en  misión: “No llevéis bolsa, ni alforjas, ni sandalias... Está llegando a  vosotros el Reino de Dios”. Y exclamó para sí mismo: es esto  lo que yo quiero, es esto lo que yo busco, es esto lo que yo deseo de todo  corazón”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario