SAN FRANCISCO DE ASÍS (1181- 1226)
“Dijo Jesús, vayan y proclamen: ¡El Reino de los Cielos está
ahora cerca! Sanen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos y echen los
demonios. Ustedes lo recibieron sin pagar, denlo sin cobrar. No lleven oro,
plata o monedas en el cinturón. Nada de provisiones para el viaje, o vestidos
de repuesto; no lleven bastón ni sandalias, porque el que trabaja se merece el
alimento”. (Mt 10,7-10).
¿Qué reacción te
despierta este mensaje de Jesús?
El hermano Francisco de Asís, al oír este pasaje, exclamó:
“Esto es lo que yo quiero. Esto es lo que yo busco. Esto es lo que en lo más
íntimo del corazón anhelo: Vivir el
Santo evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (1Cel 22).
El Santo, el Hermano Universal, nació en Asís (en el centro
de Italia) en 1181, por lo que es llamado "Francisco de Asís".
Francisco procedía de una familia rica . Su padre era comerciante de telas.
Vivió como todos los jóvenes de su edad y de su época diversas experiencias:
las fiestas, las escapadas e incluso las guerras, durante las cuales fue hecho
prisionero y sufrió enfermedades. Durante su convalecencia, sintió una
insatisfacción profunda ante la vida. Buscó, miró a su alrededor, pero su
pregunta quedó sin respuesta... Francisco era hijo de familia rica. Su padre,
Pedro Bernardone, era comerciante, tenía
una tienda de tejidos y frecuentaba las ferias
internacionales, para comprar y vender. En uno de sus viajes a Francia conoció a Doña Pica, con quien se
casó. Tuvieron dos hijos,
Francisco y Ángel. Francisco era muy popular entre los
jóvenes de Asís, Muchacho rico, era amigo
de las fiestas, organizaba con frecuencia las diversiones con sus compañeros. Soñaba en conquistar honores y mucha
gloria. Su padre le incentivaba a ser
caballero. Francisco tenía 20 años cuando las ciudades de
Asís y de Perusa entraron en guerra. Francisco combatió por
su ciudad, fue herido y hecho
prisionero; sólo después de un año regresó a casa, y enfermo. Su madre lo cuidaba, tuvo tiempo de
pensar en su vida, ya que la gloria que
buscaba no le llenaba el corazón.
Francisco se dio cuenta de que otro Señor, infinitamente
mayor y más valioso, le disputaba el
corazón. Y sólo a El valía la pena consagrar su vida. Había sentido un despertar, un deseo intenso
de seguir a Jesucristo. Todavía no veía
claro el camino.
En una ocasión, el joven Francisco estaba en oración en la
iglesia de San Damián. Oraba delante del
Crucifijo, cuando oyó que el crucificado le
hablaba claramente al corazón: “Francisco, ve y restaura mi Iglesia”.
No fue necesario repetirlo dos veces… Se
puso una túnica pobre y empezó a reconstruir las paredes de la iglesia. En otra ocasión, Francisco quedó impresionado
al oír, en la pequeña capilla de la
Porciúncula, la lectura del Evangelio del envío de los apóstoles en misión: “No llevéis bolsa, ni alforjas, ni
sandalias... Está llegando a vosotros el
Reino de Dios”. Y exclamó para sí mismo: es esto lo que yo quiero, es esto lo que yo busco, es
esto lo que yo deseo de todo corazón”.
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