FOTOS Y ESTAMPAS FRANCISCANAS:
¿QUIENES SAN FRANCISCO DE ASÍS?
SanFrancisco de...: ¿QUIEN ES SAN FRANCISCO DE ASÍS? San Francisco de Asís llamado con justa razón el Hermano Universal, nació en Asís (Italia), ...
domingo, 17 de marzo de 2013
viernes, 15 de marzo de 2013
¿QUIENES SAN FRANCISCO DE ASÍS?
FOTOS Y ESTAMPAS FRANCISCANAS:
¿QUIENES SAN FRANCISCO DE ASÍS?
SanFrancisco de...: ¿QUIEN ES SAN FRANCISCO DE ASÍS? San Francisco de Asís llamado con justa razón el Hermano Universal, nació en Asís (Italia), ...
¿QUIENES SAN FRANCISCO DE ASÍS?
SanFrancisco de...: ¿QUIEN ES SAN FRANCISCO DE ASÍS? San Francisco de Asís llamado con justa razón el Hermano Universal, nació en Asís (Italia), ...
¿QUIEN
ES SAN FRANCISCO DE ASÍS?
Un
santo para todos
No hay
santo que sea tan popular como como San Francisco de Asís, tanto entre
católicos como entre los protestantes y aun entre los no cristianos. San
Francisco de Asís cautivó la imaginación de sus contemporáneos presentándoles
la pobreza, la castidad y la obediencia con la pureza y fuerza de un testimonio
radical. Llegó a ser conocido como el Pobre de Asís por su matrimonio con la
pobreza, su amor por los pajarillos y toda la naturaleza. Todo ello refleja un
alma en la que Dios lo era todo sin división, un alma que se nutría de las
verdades de la fe católica y que se había entregado enteramente, no sólo a
Cristo, sino a Cristo crucificado.
Nacimiento
y vida familiar de un caballero
Francisco
nació en Asís, ciudad de Umbría, en el año 1182. Su padre, Pedro Bernardone,
era comerciante. El nombre de su madre era Pica y algunos autores afirman que
pertenecía a una noble familia de la Provenza. Tanto el padre como la madre de
Francisco eran personas acomodadas.
Pedro
Bernardone comerciaba especialmente en Francia. Como se hallase en dicho país
cuando nació su hijo, la gente le apodó "Francesco" (el francés), por
más que en el bautismo recibió el nombre de Juan.
En su
juventud, Francisco era muy dado a las románticas tradiciones caballerescas que
propagaban los trovadores. Disponía de dinero en abundancia y lo gastaba
pródigamente, con ostentación. Ni los negocios de su padre, ni los estudios le
interesaban mucho, sino el divertirse en cosas vanas que comúnmente se les
llama "gozar de la vida". Sin embargo, no era de costumbres
licenciosas y era muy generoso con los pobres que le pedían por amor de Dios.
Hallazgo
de un tesoro
Cuando
Francisco tenía unos 20, estalló la discordia entre las ciudades de Perugia y
Asís, y en la guerra, el joven cayó prisionero de los peruginos. La prisión
duró un año, y Francisco la soportó alegremente. Sin embargo, cuando recobró la
libertad, cayó gravemente enfermo. La enfermedad, en la que el joven probó una
vez más su paciencia, fortaleció y maduró su espíritu. Cuando se sintió con fuerzas
suficientes, determinó ir a combatir en el ejército de Galterío y Briena, en el
sur de Italia. Con ese fin, se compró una costosa armadura y un hermoso manto.
Pero un día en que paseaba ataviado con su nuevo atuendo, se topó con un
caballero mal vestido que había caído en la pobreza; movido a compasión ante
aquel infortunio, Francisco cambió sus ricos vestidos por los del caballero
pobre. Esa noche vio en sueños un espléndido palacio con salas colmadas de
armas, sobre las cuales se hallaba grabado el signo de la cruz y le pareció oír
una voz que le decía que esas armas le pertenecían a él y a sus soldados.
Francisco
partió a Apulia con el alma ligera y la seguridad de triunfar, pero nunca llegó
al frente de batalla. En Espoleto, ciudad del camino de Asís a Roma, cayó
nuevamente enfermo y, durante la enfermedad, oyó una voz celestial que le
exhortaba a "servir al amo y no al siervo". El joven obedeció. Al
principio volvió a su antigua vida, aunque tomándola menos a la ligera. La
gente, al verle ensimismado, le decían que estaba enamorado. "Sí",
replicaba Francisco, "voy a casarme con una joven más bella y más noble
que todas las que conocéis". Poco a poco, con mucha oración, fue
concibiendo el deseo de vender todos sus bienes y comprar la perla preciosa de
la que habla el Evangelio.
Aunque
ignoraba lo que tenía que hacer para ello, una serie de claras inspiraciones
sobrenaturales le hizo comprender que la batalla espiritual empieza por la
mortificación y la victoria sobre los instintos. Paseándose en cierta ocasión a
caballo por la llanura de Asís, encontró a un leproso. Las llagas del mendigo
aterrorizaron a Francisco; pero, en vez de huir, se acercó al leproso, que le
tendía la mano para recibir una limosna. Francisco comprendió que había llegado
el momento de dar el paso al amor radical de Dios. A pesar de su repulsa
natural a los leprosos, venció su voluntad, se le acercó y le dio un beso.
Aquello cambió su vida. Fue un gesto movido por el Espíritu Santo, pidiéndole a
Francisco una calidad de entrega, un "sí" que distingue a los santos
de los mediocres.
San
Buenaventura nos dice que después de este evento, Francisco frecuentaba lugares
apartados donde se lamentaba y lloraba por sus pecados. Desahogando su alma fue
escuchado por el Señor. Un día, mientras oraba, se le apareció Jesús
crucificado. La memoria de la pasión del Señor se grabó en su corazón de tal
forma, que cada vez que pensaba en ello, no podía contener sus lágrimas y
sollozos.
"Francisco,
repara mi Iglesia, pues ya ves que está en ruinas"
A partir
de entonces, comenzó a visitar y servir a los enfermos en los hospitales.
Algunas veces regalaba a los pobres sus vestidos, otras, el dinero que llevaba.
Les servía devotamente, porque el profeta Isaías nos dice que Cristo
crucificado fue despreciado y tratado como un leproso. De este modo
desarrollaba su espíritu de pobreza, su profundo sentido de humildad y su gran
compasión. En cierta ocasión, mientras oraba en la iglesia de San Damián en las
afueras de Asís, le pareció que el crucifijo le repetía tres veces:
"Francisco, repara mi casa, pues ya ves que está en ruinas".
El
santo, viendo que la iglesia se hallaba en muy mal estado, creyó que el Señor
quería que la reparase; así pues, partió inmediatamente, tomó una buena
cantidad de vestidos de la tienda de su padre y los vendió junto con su
caballo. Enseguida llevó el dinero al pobre sacerdote que se encargaba de la
iglesia de San Damián, y le pidió permiso de quedarse a vivir con él. El buen
sacerdote consintió en que Francisco se quedase con él, pero se negó a aceptar
el dinero. El joven lo depositó en el alféizar de la ventana. Pedro Bernardone,
al enterarse de lo que había hecho su hijo, se dirigió indignado a San Damián.
Pero Francisco había tenido buen cuidado de ocultarse.
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